domingo, 16 de octubre de 2011

Octava Entrega

Algunas reflexiones en torno al proceso de descolonización

Las últimas semanas han sido claves para el proceso de cambio. El miércoles 12 de octubre, recientemente declarado Día de la Descolonización, una masiva marcha en apoyo al gobierno y al proceso ganó la Paz, en medio de una crisis política luego de la violenta intervención policial a la marcha del TIPNIS. Al mismo tiempo, esta marcha sigue su curso y faltan pocos días para su ingreso a la capital. La derecha boliviana no puede ya esgrimir banderas propias y utiliza reivindicaciones populares para debilitar al gobierno. Por otra parte, en lo que constituye un hecho inédito para el país y para el mundo, el domingo 16 se realizaron las primeras elecciones para conformar el poder judicial por voto universal, hecho que encuentra al oficialismo y la oposición midiendo fuerzas. El escenario es sin duda complejo y nos invita a reflexionar acerca de la descolonización y el proceso de cambio.

Declarar el 12 de Octubre como día de la descolonización[1] implica asumir la misma como un desafío político y al mismo tiempo evidencia que Estado y sociedad aún son coloniales y que el poder, el saber y el ser están colonizados. A pesar de los múltiples discursos sobre la descolonización, ésta todavía suena a palabra exótica. Creer que equivale a volver el tiempo atrás y proponer un retorno romántico a un pasado mítico es absolutamente colonial. De lo que se trata es de la recuperación y reactualización de saberes y prácticas, que sin negar la modernidad, afirmen modos de vida que permitan trascender al capitalismo: es poder decidir en los propios términos, en libertad y con autodeterminación.

En este camino no debe perderse de vista la centralidad de la espiritualidad indígena, como un elemento político absolutamente radical y no como un pachamamismo arcaico. Los saberes y las tradiciones de los pueblos indígenas (extraños a las izquierdas clásicas) son componentes insoslayables de las luchas. Y no es cuestión de devenir indio/a sin serlo, pues eso sería imposible, pero en la búsqueda de solidaridades y articulaciones entre los sectores subalternos no puede considerarse lo indígena desde un folklorismo esotérico, sino con la seriedad y el respeto que merecen sus sistemas de organización, poseedores de una densidad existencial muy profunda. En su resistencia se sella también parte del destino de todos los pueblos oprimidos del mundo que están luchando por su liberación.

Sin embargo, el conflicto del TIPNIS muestra también la persistencia de discursos y prácticas coloniales en el Estado y en las organizaciones sociales. Cocaleros, comunidades interculturales y algunos sectores del gobierno calificaron de “atrasados y bárbaros” a los marchistas, acusándolos de ser reticentes al “progreso y el desarrollo”. El colonialismo tiene como uno de sus componentes fundamentales, y quizás el más difícil de combatir, al colonialismo interno. Por su parte, el imperialismo a pequeña escala de Brasil es una cuestión que está trayendo muchos dolores de cabeza. En tanto actor regional dominante, es difícil divorciarse de sus requerimientos, y sumamente peligroso quedar entrampado en sus lógicas.

En medio de estas apuestas y contradicciones, la plaza Villaroel fue escenario de la presencia de más de 200 organizaciones sociales de todo el país. En ella se dieron cita más de medio millón de mineros/as, campesinos/as, indígenas, profesionales, estudiantes y un largo etc. Frente a las renovadas estrategias de los grupos conservadores que buscan dividir a los sectores populares, los discursos de los/as dirigentes hicieron hincapié en su apoyo al proceso de cambio y en la necesidad de la unidad. A raíz de la conmovedora manifestación popular, Evo dijo sentirse obligado a responder a las demandas de su pueblo. “¿Quién no comete errores? Lo importante es corregirlos en beneficio de las/os bolivianas/os, porque llegué a la Presidencia para servir al pueblo y no para servirme de él”. También realizó una convocatoria a todos los sectores para discutir y poner en marcha una nueva agenda[2]: las bases deben ser quienes la definan y proporcionen las nuevas directivas. Este es un gobierno que ha llegado al poder como consecuencia de las luchas y las movilizaciones de esos movimientos sociales, a los que hoy debe escuchar para poder retomar el rumbo.

En los últimos tiempos, el debate interno ha disminuido. La crisis política es sin duda un llamado de atención a la soberbia del gobierno, que debe retomar y ampliar crecientemente los espacios de participación y reconocer con humildad las equivocaciones que ha cometido[3]. En primer lugar, esta nueva agenda tendrá como principal desafío constituirse alrededor de lo plurinacional y conjugar demandas particulares con intereses colectivos. La democracia formal y representativa por momentos subsume las formas de democracia participativas y comunitarias, pero éstas deben resurgir con toda su potencia y poder instituyente. En segundo lugar, el Presidente definió el Vivir Bien como horizonte y la industrialización como medio para financiarlo. Buena parte del futuro del proceso se resolverá en la conjugación de estos términos. ¿Cómo distanciarse definitivamente del imaginario capitalista y colonial del desarrollo y el crecimiento económico, generando a la vez una mejora en las condiciones de vida de la mayoría de los sectores populares? ¿Cómo consolidar la redistribución de los recursos[4] a la vez que avanzar en una transformación estructural de la matriz productiva? Si hasta ahora se ha profundizado un desarrollo económico estatista que sin duda permite procesos redistributivos (y que seguirá garantizando victorias electorales), el camino señalado por la Nueva Constitución Política del Estado debe contribuir a recuperar matrices comunitarias y generar nuevos proyectos de vida colectiva, por fuera de los cálculos y las relaciones capitalistas. El perverso modelo extractivista debe ser desterrado del horizonte de este proceso, que también necesita articular otros modos de lo estatal, ligados a lo plurinacional.

El desarrollo civilizatorio capitalista ha producido una degradación sin precedentes en las formas de vida a nivel planetario. A esta altura, pocas dudas quedan sobre este hecho: el crecimiento desenfrenado de las fuerzas productivas (¿o podríamos decir destructivas?) nos condujo a un escenario de desastres ecológicos y a una profunda injusticia y desigualdad social; la pregunta (necesaria, urgente) es cómo salimos de eso. Enarbolar la posibilidad del Vivir Bien como alternativa y como horizonte de significación es también exponer la validez y la necesidad de sus contenidos a nivel mundial. En estas latitudes, los movimientos de los diversos abajos tienen la oportunidad histórica de debatir profundamente el rumbo del país; la disputa sigue abierta y el destino no está escrito. 

Estamos viviendo un período de transición entre un Estado racista, colonial, patriarcal y capitalista que no acaba de morir y un Estado plurinacional y descolonizado que no acaba de nacer. Las fricciones entre ese pasado que no termina de irse y el futuro que aún no llega se dan en el presente, y en esa lucha está Bolivia: no hay duda de que la tarea histórica es descomunal. Es una etapa creativa y fecunda, en la que por momentos los errores internos son más peligrosos que los aciertos del enemigo. Muchas conquistas se han logrado, pero el trabajo por la consolidación y la profundización de ellas es un proceso necesariamente permanente.

Asistimos a la refundación de un país con un protagonismo indígena sin precedentes. El proceso de cambio es irreversible, y no es del Evo ni del Álvaro ni del gobierno: es del pueblo en su conjunto. Las crisis mantienen al proceso en movimiento, lo interrogan y lo cuestionan; no hay porque huirles a las contradicciones que supone un proceso de cambio real siempre y cuando éstas sean parte de futuras radicalizaciones en la compleja y larga transición hacia la emancipación. Ojalá este gobierno y los gobiernos por venir puedan aprender de la experiencia del TIPNIS para no volver a cometer los mismos tropiezos. Sería indeseable que la construcción del Estado Plurinacional termine por tener más de Estado que de plurinacional. Más bien, apostamos a que los movimientos sociales logren transformar el Estado que han heredado. Como dice Zibechi, “pensar que son buenos para poner el cuerpo pero no para conducir, sería reproducir los modos coloniales que son precisamente los que pretendemos remover. Que los de abajo decidan, en el acierto o en el error. ¿No es esa la descolonización?”.

PD: agradecemos a Martin Cortes por sus amistosos comentarios e inquietudes y a Anders Burman y Mirna Ticona por transmitirnos su experiencia y su compromiso.

PD 2: Les compartimos este video




[1] Siempre que nos referimos  a descolonización estamos diciendo también des-patriarcalización. Tal como se ha conceptualizado en estas tierras, “no hay descolonización sin des-patriarcalización; no hay des-patriarcalización sin descolonización”.  
[2] Se habla ya de la “Cumbre social de diciembre”.
[3] El riesgo es que el MAS replique el ciclo de los partidos políticos tradicionales y busque su propia reproducción en el poder y ya no la ampliación de los espacios de participación.
[4] En los últimos 5 años, un millón de personas en todo el territorio boliviano salieron de la pobreza

1 comentario:

  1. Recomiéndoles un blog:

    http://amartillasos.blogspot.com/2011/10/el-capitalismo-virtual-la-formacion_26.html

    ResponderEliminar